James E. Faust siempre recordó los balidos de su asustado corderito. Cuando era niño, una noche de tormenta olvidó poner a su animalito en el establo.
“…sabía que debía salir a ayudarlo, pero también quería quedarme seguro, calentito y seco en mi cama, y no me levanté como debí haberlo hecho”, relató en la sesión del sacerdocio de una conferencia general. “A la mañana siguiente, cuando salí, lo encontré muerto; un perro también lo había oído balar y lo había matado.
“Me agobió un gran dolor”, dijo. Se dio cuenta de que no había sido un buen pastor, y el reproche cariñoso de su padre le dolió aún más: ‘Hijo, ¿no podía confiar en que cuidaras ni siquiera a un cordero?.
Ese mismo día resolvió que si tenía la oportunidad otra vez de ser pastor, jamás volvería a descuidar su mayordomía. Y tuvo presente su resolución cuando fue misionero de tiempo completo en Brasil, siendo esposo y padre devoto, como abogado de éxito, como líder político, como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles y como Segundo Consejero de la Primera Presidencia. Hasta el fin de su ministerio, que concluyó con su muerte ocurrida el 10 de agosto de 2007, debido a causas relacionadas con la edad, el presidente Faust permaneció dedicado a la admonición del Señor cuando dijo: “Apacienta mis corderos” (Juan 21:15).
EN MEMORIA DEL PRESIDENTE JAMES E. FAUST
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