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DE LIDERES A GERENTES: EL CAMBIO FATAL

Por Hugh W. Nibley

Este discurso fue dado en la Universidad Brigham Young, en la ceremonia de inicio, el día 19 de Agosto de 1983, después que Nibley recibiera un doctorado honorario en Letras. Se publicó con el título "De Líderes a Gerentes: el cambio fatal"

Hace hoy veintitrés años, en esta misma ocasión, yo ofrecí la oración de apertura en la cual dije: "Nos hemos reunido hoy aquí, vestidos con las togas negras de un falso sacerdocio . . ." Muchos me han preguntado desde aquella vez, si yo realmente dije algo tan chocante, pero nadie jamás me ha preguntado lo que yo quise decir con eso. ¿Por qué no?. Bueno, algunos ya conocen la respuesta; y en cuanto al resto, nosotros no cuestionamos cosas en "la BYU." Pero para mi propio alivio, aprovecho esta oportunidad para explicarlo.
¿Por qué un sacerdocio?. Porque estas togas originalmente distinguían a aquellos que formaban parte del clero; y un colegio o claustro era un "misterio", con todos los ritos, secretos, juramentos, grados, pruebas, festejos y solemnidades que iban con la iniciación a un conocimiento superior.
Pero ¿por qué falso? Porque es un adorno prestado, que desciende hasta nosotros a través de una larga línea de imitadores desautorizados. No fue sino hasta 1893 que "una comisión intercolegial fue formada . . . para delinear un código uniforme para las togas y los birretes" en los Estados Unidos.1
Antes de eso no había ninguna reglamentación. Uno podía diseñar su propia indumentaria; y esa libertad proviene desde los tiempos más remotos que se conocen de estos accesorios. Los últimos emperadores romanos, como aprendemos del infalible DuCange, marcaron cada paso en el declive de su poder y gloria, añadiendo algún nuevo ornamento a las resplandecientes vestimentas que proclamaban su sagrado oficio y dominio. En las divisiones que les subsiguieron, los reyes de las tribus que heredaron las tierras, y las pretensiones del imperio, compitieron entre sí imitando a los maestros romanos, decididos a superar aún a éstos en la variedad y riqueza teatral de sus togas y birretes.
Uno de las cuatro coronas usadas por el Emperador era el birrete. Los reyes franceses lo tuvieron desde Carlomagno, el modelo y fundador de sus líneas reales. Citando a DuCange:

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