sábado

LA SOLEDAD DEL LIDERAZGO

por el Elder Gordon B. Hinckley
Un discurso dado al cuerpo de estudiantes de la Universidad de Brigham Young
4 de noviembre de 1969

Aprecio mucho la música de la banda [la Banda sinfónica de BYU, dirigida por Richard Ballot]. Todos ustedes están ahora bien despiertos después de eso, así que haré lo que pueda para regresarlos a su estado anterior.

He venido aquí hoy sin un discurso escrito. Tenía uno, pero lo descarté. Me desperté a las cinco de la mañana pensando en algo más, pero cuando termine supongo que ustedes dirán “debería haber seguido durmiendo”.

No estoy aquí para predicar, y no les quiero predicar a ustedes. Es fácil predicar y lo hacemos bastante a la gente joven. Simplemente quiero hablar con ustedes. Creo que valen el tiempo que pase con ustedes. Creo que valen que razonemos juntos.
Este es un servicio devocional. Tengo solo un deseo y es compartir algunos pensamientos en una manera muy informal, con la esperanza y ruego de que pueda traer alguna pequeña medida de inspiración hacia ustedes que los inspire. Pienso que lo necesitan, que todos lo necesitamos. Oré esta mañana para poder ser capaz de hacerlo, para ser guiado por el Santo Espíritu, y espero que sus oraciones acompañen a la mía.

Presidente Nixon

Supongo que muchos de ustedes al igual que yo, miraron anoche al Presidente Nixon dirigirse a la nación y ser escuchado por el mundo. Lo observé con mucho interés. Lo observé al limpiar el sudor de su rostro, dándome cuenta, estoy seguro, de la importancia de lo que decía. Al verlo así pensé en la terrible soledad del liderazgo.

La soledad del Liderazgo

Es verdad que el tiene consejeros. Los tiene a su disposición y puede llamar a cuantos hombre pueda para consultar, pero cuando todas las astillas han caído, tiene que enfrentarse solo al mundo, como debe ser. Los consejeros no enfrentan el fuego de cañón de la opinión pública. Eso recae en el líder.
Al sentir yo la soledad del liderazgo por observarlo vinieron a mi mente palabras atribuidas a la Reina Victoria: “Sin calma descansa la cabeza del que lleva la corona”.

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